Cada nube tiene un borde plateado… incluso si se fracasa profesionalmente

Cada nube tiene un borde plateado… incluso si se fracasa profesionalmente

Acción, obstáculo, actitud, fracaso y éxito
26 Septiembre 2016

Nacido en Escocia de padre inglés y madre irlandesa, nuestro hombre fue educado en un colegio jesuita antes de entrar en Stonyhurst College. Sus pobres finanzas familiares le obligaron a buscar un trabajo respetable para poder costearse sus estudios. Estudió medicina y pasó algún tiempo ejerciendo como médico general en Aston, cerca de Birmingham. Todavía joven, publicó varias historias cortas.

No era, sin embargo, una persona hogareña. Ejerció como médico naval en un buque ballenero en Groenlandia y, más tarde, realizó otra travesía hasta la costa occidental de África. En esa época publicó un trabajo en la revista The Lancet sobre el diagnóstico de leucocythaemia. Con posterioridad completó su doctorado sobre "Los cambios vasomotores en la tabes dorsal".

Después decidió ejercer la medicina en una consulta médica en Plymouth. Pero las cosas no funcionaron y la tuvo que dejar para trasladarse a Portsmouth, y probar fortuna otra vez. Pero, de nuevo, no tuvo éxito. Aprovechó el tiempo libre que tenía (mucho) para trabajar como asistente de uno de sus profesores de la facultad de medicina, el profesor Joseph Bell, que le serviría de inspiración para el más famoso personaje de sus novelas. Bell se enorgullecía de sus dotes de observación y explicaba, por ejemplo, que la forma de caminar de un marinero era diferente a la de un soldado. Además, era un experto a la hora de detectar diferencias en los acentos, y estudiaba especialmente las manos para ver si había callos o marcas que pudiesen indicar el tipo de trabajo que realizaba esa persona. Este eminente profesor dedicaba mucho tiempo y esfuerzo a aplicar un razonamiento deductivo con sus pacientes, e insistía a sus estudiantes que hiciesen lo mismo.

En vista de su escaso éxito profesional, nuestro personaje se trasladó de Portsmouth a Viena para estudiar oftalmología. Pero esto también fue un fiasco y regresó a la práctica de la medicina general, instalando su consulta en Wimpole Street, Londres. De nuevo el fracaso. En su autobiografía escribió que ningún paciente traspasó el umbral de la puerta de su consulta. Pero el destino todavía le deparaba otra sorpresa. Durante la epidemia de gripe que azotó Londres, padeció una enfermedad con tal virulencia que durante muchos días estuvo a las puertas de la muerte. Cuando finalmente se recuperó, se dio cuenta de que no podía combinar la práctica de la medicina y la carrera literaria, así que con buen criterio optó por esta última.

Su éxito como escritor de obras teatrales fue enorme. Entre sus entusiastas seguidores se encontraba el monarca inglés Jorge V, que le nombraría Caballero del Imperio Británico y le otorgaría el tratamiento de Sir. Dedicó el resto de su vida a conducir vehículos veloces, jugar al golf, volar en globo y aviones, e incluso practicó el culturismo. Quién sabe qué podría haber sucedido si su consulta médica hubiese tenido éxito. Habríamos sido privados de Sherlock Holmes y el Dr. Watson, y Arthur Conan Doyle (1859-1930) no hubiese sido el nombre tan familiar que es hoy en día. 

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